Davies, una enfermera que a los 25 años fue nombrada para el cargo de enfermera
visitante, al terminar su curso práctico en el hospital.
No obstante la recepción gélida que tuvo en el pueblito para donde había sido designada,
ella se entregó al trabajo con mucho entusiasmo.
Con cualquier tiempo ella salía a pie visitando a los enfermos, subiendo las montañas y
andando por caminos desiertos.
El médico de la localidad era un mal profesional y fueron tantas las desilusiones que Olwen
tuvo que luchar para vencer la tentación de dimitirse.
Cuando una violenta epidemia de fiebre tifoidea atacó el pequeño pueblo, ella fue hasta el
responsable por la Salud Pública a fin de recibir instrucciones para combatir la epidemia.
Él la despidió con irritación diciéndole que el brote no era novedad. Los enfermos serían
medicados y nada más. Con eso era suficiente.
La enfermera cogió muestras de agua de diversos pozos artesianos de donde la población
se abastecía y las encaminó para análisis de laboratorio.
Después de 48 horas, un telegrama oficial informaba que el tifus tenía origen en un
determinado pozo que abastecía la parte baja del pueblo.
La Salud Pública vedó el pozo y la enfermera sufrió rechazos de todo tipo por haberse
desviado de sus deberes, inmiscuyéndose donde no debía.
Sin embargo, los casos de tifus no ocurrieron más y la epidemia fue controlada en tiempo
record. La opinión pública cambió y el pueblo le abrió las puertas.
Una comisión de vecinos le regaló una bicicleta al final del año. Ahora ella llegaba
rápidamente a los enfermos más necesitados.
Por iniciativa propia, ella inauguró una Clínica para niños y ancianos en una habitación
alquilada y pagada con su dinero.
Cuando le decían que ella debería estar ocupando cargos directivos en hospitales
importantes, como algunas de las jóvenes que se habían titulado en la misma clase, ella
respondía:
- Mi lugar es este donde me encuentro. Prefiero trabajar en el anonimato, cuidando niños y
ancianos necesitados.
Cierto día, ella salió en su bicicleta para visitar a un enfermo.
En un tramo de la carretera ella chocó con una pilastra que se había caído. Olwen Davies
permaneció allí toda la noche, bajo el viento y la lluvia.
Por la mañana fue encontrada y llevada al hospital de una ciudad más grande. Ella se había
fracturado la columna vertebral.
Una serie de cirugías largas y complicadas, masajes y electroterapia no dieron resultado.
Ella jamás volvería a caminar.
La valiente enfermera no se abatió. Años después, en una silla de ruedas, el pelo
encanecido, más delgada, las piernas protegidas por
una manta, pero aún con el uniforme, allí estaba ella firme en la tarea a favor del prójimo.
Rodeada por enfermos en su gran mayoría niños, sus manos manejaban con práctica las
ruedas de su silla.
Cuando las personas le preguntaban cómo se sentía, ella sonreía, demostrando alegría y
bienestar y decía:
¿No estás viendo? ¡Estoy óptima! Volví al trabajo y aún con un par de ruedas.
Acuérdate siempre de la noble aplicación de los valores que dispones: la visión, la palabra,
la audición, el movimiento, la lucidez y tantos otros, distribuyendo bendiciones hacia
aquellos que tienen dificultades más grandes que la tuya.
Y considera que El hombre que cumple su deber ama a Dios más que a las personas y ama a las personas más que a si mismo.
Redacción del Momento Espírita con base en el artículo O dever e o altruísmo,
de autoría de José Ferraz, incluido en la revista Presença Espírita n. 229,
editora Leal y el ítem 7 del capítulo XVII de El Evangelio Según
el Espiritismo, de Allan Kardec, editora FEB.
En 19.07.2010.
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