CON RELACIÓN A NUESTRAS DIFERENCIAS

Puedo no estar de acuerdo con todo lo que digas... pero defenderé hasta la muerte el derecho que tienes en decirlo....
Voltaire


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martes, 1 de mayo de 2012

PRUEBAS E APRENDIZAJE

Cuando el dolor llega a nuestra puerta y llena nuestra vida de tinieblas, generalmente nos desesperamos o nos entregamos al llanto.
Sin ánimo, miramos a nuestro alrededor y envidiamos a los felices del mundo: aquellos que poseen riquezas, salud o familia perfectas y que aparentemente no tienen preocupaciones.
En esas horas de pruebas, nos lamentamos y lloramos. Raras veces 
aprovechamos la ocasión para meditar y aprender buenas lecciones.
Muchas veces, aquí en la Tierra, las preocupaciones de la vida material nos oscurecen la lucidez.

Nos quedamos tan afligidos con lo que vamos comer o beber que nos olvidamos de que tenemos Dios, un Padre amoroso que nos cuida a todos.
Cree: nadie está olvidado por este Padre amoroso y bueno, que permite que nazca el sol sobre los buenos y los malos, que hace caer la lluvia sobre los justos e injustos.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué pasa eso conmigo? La pregunta debería ser distinta: ¿Para qué ocurre eso conmigo?
Si, toda y cualquier experiencia – sufrida o feliz – nos trae un aprendizaje importante. Son momentos que enriquecen nuestra alma.
Dios no juega con nuestras vidas. Y, si Él permite que se nos ocurran determinados hechos, es porque hay un objetivo útil e importante para nosotros.
Haga una retrospectiva: observe los momentos difíciles de su vida, ellos trajeron algo de nuevo, un aprendizaje especial. Cada lágrima agregó sabiduría, experiencia, una nueva manera de ver la vida.
La enfermedad, por ejemplo, nos enseña a valorar la salud, a cuidar mejor del cuerpo. La pobreza nos revela la importancia del trabajo y del esfuerzo personal. Los familiares difíciles nos ofrecen la lección de la tolerancia.
Al fin, las pruebas nos enseñan a ser más sensibles delante del sufrimiento ajeno. Esas lecciones, cuando interiorizadas, se quedan para siempre.
La verdad es que las dificultades son advertencias que se nos presenta la vida, alertas acerca de nuestras actitudes hacia el prójimo.
Si algo de malo nos ocurre, vale la pena preguntarse: ¿qué es lo que puedo aprender con eso? ¿Cómo puedo mejorar a partir de este suceso?
Pero, ¡atención!: nada de eso significa que debemos cultivar el dolor. ¡Eso no! El bien sufrir no significa cultivar el sufrimiento, ser conformista o agravar el dolor que padecemos.
El bien sufrir significa enfrentar las dificultades con fe y coraje, alimentar la esperanza enfrentando las situaciones con serenidad.
Entonces, busque soluciones, luche por su felicidad. Pero, haga todo eso con tranquilidad.
Cuando caigan sobre ti las dificultades de la vida, no te entregues a la rebeldía destructiva. En silencio, haz una oración y busca descubrir el aprendizaje oculto que la situación difícil te presenta.
Cree: por más difícil que sea la experiencia, los frutos del aprendizaje jamás se perderán, y ellos nos tornarán más sabios y generosos.
Por eso, siempre que las lágrimas visiten tu frente, yerga los ojos para los cielos y agradece.
En tus plegarias, pide a Dios la fuerza necesaria para superar el momento difícil y la inspiración para encontrar las soluciones.
Y Dios, que nos ama tanto, no dejará de atendernos, según nuestras necesidades espirituales.
Y cuando termine el momento difícil, te sentirás mejor al verificar que no te has entregado al desespero.
Generalmente, la solución está cerca. Cuando estamos trastornados por el miedo o el desespero, es más difícil solucionar el problema. Con calma, siempre podremos ver la luz al final del túnel.
¡Piensa en eso!


Redacción del Momento Espírita.
Traducción: Vera Regina de Sousa, Miguel Angel Gill y Lincoln Barros de Sousa

UNA ENFERMERA MÁS ALLÁ DEL DEBER

Nos cuenta A. J. Cronin en su obra Por los caminos de mi vida, el ejemplo de Olwen 


Davies, una enfermera que a los 25 años fue nombrada para el cargo de enfermera 


visitante, al terminar su curso práctico en el hospital.

No obstante la recepción gélida que tuvo en el pueblito para donde había sido designada, 



ella se entregó al trabajo con mucho entusiasmo.

Con cualquier tiempo ella salía a pie visitando a los enfermos, subiendo las montañas y 



andando por caminos desiertos.


El médico de la localidad era un mal profesional y fueron tantas las desilusiones que Olwen 


tuvo que luchar para vencer la tentación de dimitirse.

Cuando una violenta epidemia de fiebre tifoidea atacó el pequeño pueblo, ella fue hasta el 



responsable por la Salud Pública a fin de recibir instrucciones para combatir la epidemia.

Él la despidió con irritación diciéndole que el brote no era novedad. Los enfermos serían 



medicados y nada más. Con eso era suficiente.


La enfermera cogió muestras de agua de diversos pozos artesianos de donde la población 


se abastecía y las encaminó para análisis de laboratorio.

Después de 48 horas, un telegrama oficial informaba que el tifus tenía origen en un 



determinado pozo que abastecía la parte baja del pueblo.

La Salud Pública vedó el pozo y la enfermera sufrió rechazos de todo tipo por haberse 



desviado de sus deberes, inmiscuyéndose donde no debía.

Sin embargo, los casos de tifus no ocurrieron más y la epidemia fue controlada en tiempo 



record. La opinión pública cambió y el pueblo le abrió las puertas.

Una comisión de vecinos le regaló una bicicleta al final del año. Ahora ella llegaba 



rápidamente a los enfermos más necesitados.


Por iniciativa propia, ella inauguró una Clínica para niños y ancianos en una habitación 


alquilada y pagada con su dinero.

Cuando le decían que ella debería estar ocupando cargos directivos en hospitales 



importantes, como algunas de las jóvenes que se habían titulado en la misma clase, ella 


respondía:

- Mi lugar es este donde me encuentro. Prefiero trabajar en el anonimato, cuidando niños y 



ancianos necesitados.


Cierto día, ella salió en su bicicleta para visitar a un enfermo.

En un tramo de la carretera ella chocó con una pilastra que se había caído. Olwen Davies 



permaneció allí toda la noche, bajo el viento y la lluvia.

Por la mañana fue encontrada y llevada al hospital de una ciudad más grande. Ella se había 



fracturado la columna vertebral.

Una serie de cirugías largas y complicadas, masajes y electroterapia no dieron resultado. 



Ella jamás volvería a caminar.


La valiente enfermera no se abatió. Años después, en una silla de ruedas, el pelo 


encanecido, más delgada, las piernas protegidas por 


una manta, pero aún con el uniforme, allí estaba ella firme en la tarea a favor del prójimo.


Rodeada por enfermos en su gran mayoría niños, sus manos manejaban con práctica las 


ruedas de su silla.


Cuando las personas le preguntaban cómo se sentía, ella sonreía, demostrando alegría y 


bienestar y decía:


¿No estás viendo? ¡Estoy óptima! Volví al trabajo y aún con un par de ruedas.




* * *


Acuérdate siempre de la noble aplicación de los valores que dispones: la visión, la palabra, 



la audición, el movimiento, la lucidez y tantos otros, distribuyendo bendiciones hacia 


aquellos que tienen dificultades más grandes que la tuya.

Y considera que El hombre que cumple su deber ama a Dios más que a las personas y ama a las personas más que a si mismo. 







Redacción del Momento Espírita con base en el artículo O dever e o altruísmo,
de autoría de José Ferraz, incluido en la revista Presença Espírita n. 229, 
editora Leal y el ítem 7 del capítulo XVII de El Evangelio Según 
el Espiritismo, de Allan Kardec, editora FEB.
En 19.07.2010.